martes, octubre 25, 2011

Hoy en pieza.

Un puzzle, quizás, un golpe, tal vez. Un continuo rebotar de pared a pared como una incesante obra de remodelación de la colección definitiva de un Lord inglés millonario consciente de que su mujer tiene un amante. Y ruido blanco.

Papapapá. Alargando la última a. Atrapado en un laberinto. Ojos que te sorprenden mirando y acentuándose antes de tiempo en un esdrújulo intento de completar un diccionario imaginario, de imágenes como glosario, retumbando a su vez en las paredes inconscientes de la narración inconsistente de la improvisación más a huevo y peor llevada de la Historia del Universo conocido y por conocer, aunque el pop lo devuelva todo, tras comerse alguna "ele", sin "pé", al más irrelevante plano existencial, que es con el que nos toca lidiar.

Zarandeo un hombro maltrecho por el hecho de no confundirlo con el lecho sin hablar del despecho hacia el techo rematando a gol en el sentido figurado de una estirada épica, milenaria y me meo.

Y ahora me da por dibujar. Con los ojos vendados, además.

Epílogo. Dícese de. Y el diccionario me recomienda que diga cese. Que cese, que vomitar está bien si se hace en alfombra ajena, pero autoflajelarse no da para más que para sufrir en silencio una autohumillación imbécil. Pero el martillo no para de golpear, la luna está oculta ya en la poesía inexistente de mis rimas sin rimar. Y translúcido es una palabra que quería colar.

¡Oh, tiranía! ¡Oh, pomposidad! Cuan farragoso y empantanado estás. Mamíferos palmípedos. Por fin la última pieza y todo termina por encajar.


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