domingo, enero 30, 2011

La tierra es azul, y no sé qué hacer.

Por la mañana y con aliento de café no me puedo concentrar en redactar lo que podríase denominar literatura de calidad. Sólo puedo decir que si conectas los auriculares al jag del micro, no oirás nada por ellos. Con o sin casco, cuenta atrás para un gran fiasco.

Si existen transmisiones cerebrales capaces de desatascar un conducto de ventilación en mitad de la civilización y un teclado capaz de detectar los fallos de transcripción, no hay duda de que la investigación podrá tomar rumbos dispares y encontrar señales que dirijan nuestra atención hacia el lugar idóneo para la puntualización correcta de las palabras esdrújulas. Escuchemos o no a la nobleza musical.

A veces escribo por algún motivo diferente a la simple exorcización de la basura espacial, pero hoy el caso es que busco la inspiración en mi manido aporreo desordenado y torpe de letras impresionadas sobre teclas, impresión que tengo desde que impresioné una impresa lírica sobre los sobres del sobrevalorado envoltorio del regalo. Regalo que me hice a mi mismo, pues no hay mayor regalo que verse envuelto en un enbolado, sin saber la correcta ortografía, y salir de él, trinfante, casi cantante. Porque yo siempre quise cantar, triunfar. Componer una letra absurda sin igual, desubicar al respetable, tocar la guitarra eléctrica cuando la acústica es tu seña de identidad. Tomarse en serio es casi tan perverso como idolatrar sin matizar. Crear y destruir es algo que no se puede separar, como el agua y el aceite, pero sin agua ni aceite. Ya me pedirás que me afeite antes de que acabe el año me lo rogarás lo he visto antes de Faulkner el sentido la estructura pensamiento antes de que acabe el año tu yo él nosotros predicando a Faulkner plagiando estaba el señor dongato marramamiau tocando cuerpos tu yo predeciblemente sabré que no son adverbios durante y mediante con pausa teatral. Preferiblemente.

Y todo debería acabar con una frase genial. Encantamos.


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